En el artículo, publicado con anterioridad en este blog, titulado El destino como ensoñación, concluía con el siguiente corolario: «Así las cosas, ... Ser y Destino no tienen más vínculo que el de la ensoñación, ya que el encadenamiento de sucesos y circunstancias que determinan que los hechos sean favorables o fatales, tienen su origen en la aleatoriedad que contienen algunas de las leyes que rigen el Universo, y que nos son completamente desconocidas».
Para el Diccionario de la Academia de la Lengua, el término «azar» tiene un significado similar al de aleatorio: «Casualidad, caso fortuito»; una segunda acepción indica «Desgracia imprevista». En cambio,en un sentido más científico, la respuesta a lo qué es el azar o si verdaderamente existe, nos introduce en una senda inquietante. Heinz Pagels, catedrático de física teórica en la Rockefeller Universty, manifiesta en su libro El código del Universo: «Los matemáticos nunca han tenido éxito al dar una definición matemática de lo aleatorio..., simplemente no existe».
Esto nos lleva a afirmar que el azar no es más que la tapadera científica con la que se pretende encubrir nuestra propia ignorancia. Explicar con el azar las causas desconocidas de algo es un ejemplo meridiano de ignorancia. No obstante, son muchos los piensan que es irracional creer en Dios, cuando lo irracional es creer cualquier cosa revestida de ciencia con tal de no creer en Dios. Creer en todo para decir que no creen en nada. Vivir adorando la ciencia, que es el Dios impersonal de los que rechazan a un Dios personal, convirtiéndose en cienciolatras irracionales.
El doctor en física de la universidad estadounidense de Princenton, Freman Dyson, ha escrito: «Es cierto que aparecimos en este Universo por azar, pero la idea de azar es sólo un disfraz de nuestra ignorancia». Esta afirmación es como decir que científicamente no sabemos el por qué estamos aquí. Y si no sabemos por qué estamos aquí, ¿podemos saber para qué estamos?, ¿podemos estar por nada y para nada o nuestra breve existencia terrenal tiene un valor que la trasciende? Ciertamente, la vida tiene un sentido, pero no está en el ámbito de la ciencia el dárselo, pues el conocimiento científico no lo abarca todo como algunos creen ingenuamente. Toda prueba contra el azar es un tanto a favor del argumento teleológico (el objetivo y finalidad de la naturaleza era conocida y planeada de antemano).
La mecánica cuántica, que es una teoría que predice probabilidades, y cuyo potencial de predicción es estadística más que puntual y concreta, está siendo cuestionada por sus incompatibilidades con la relatividad de Einstein y por sus extrañas implicaciones metafísicas. El filósofo de la universidad de Columbia, David Z. Albert, explica en la revista Investigación y Ciencia (julio de 1994), como la teoría del físico David Bohm constituye un auténtico desafío a la concepción probabilística y subjetiva de la realidad en mecánica cuántica. Aunque no es nueva esta teoría, vuelve a poner sobre la mesa el determinismo.
El azar no es más que la ausencia de toda ley, norma o regla, y cuán evidente es que ésta no es la propiedad de nuestro Universo. Como vamos a ver, si dependiéramos del azar para existir, que duda cabe que no estaríamos aquí para discutirlo.
Azar y probabilidades
El pensador Jean Guitton, de la Academia francesa, nos explica en su libro Dios y la Ciencia, que si las teorías físicas sobre el origen del universo llevan a pensar en un principio ordenador primordial, algo semejante ocurre cuando estudiamos el origen de la vida. «La fantástica aventura ─según reflexiona Guitton─ que habría dado lugar a los vivientes primitivos a partir de sus componentes químicos, no se explica recurriendo al puro azar, ya que supone que se han dado unas combinaciones sumamente improbables de los componentes». «Si suponemos que la naturaleza ha dispuesto de todo el tiempo necesario para probar todo tipo de combinaciones químicas hasta que, por azar, acertó con la correcta, deberá admitirse ─añade Guitton─que en esos ensayos se habría formado una cantidad de compuestos químicos mayor que el número de átomos que existe en todo el universo».
Por su parte, el físico británico Paul Davies, profesor del Australian Centre for Astrobiology, en Sidney, explica en su libro Proyecto cósmico, que la probabilidad matemática de que el azar diera lugar a una molécula simple de ARN (ácido ribonucleico) auto replicante (como alguna teoría propone que surgió la vida) es de 1 frente a 10 elevado a la potencia 2 millones, que es tanto como decir imposible. Hoy día, los científicos aún se maravillan de la extraordinaria complejidad de una simple bacteria, bastante mayor que la de una molécula de ARN. ¿Podemos imaginar cuál es la probabilidad de que mil enzimas se unan ordenadamente para constituir una célula en una evolución de millones de años? Es de 1 frente a 10 elevado a mil. Algunas células pueden llegar a tener alrededor de las 2.000 enzimas y realizar más de 1.000 reacciones químicas distintas a la vez. Esto demuestra que cuanto más intrincado es un sistema complejo, más delicado y vulnerable es a la degradación por cambios al azar. Es decir, el azar, además de no dar ninguna posibilidad al surgir de la vida, destruiría ésta, más rápida y fácilmente cuanto más compleja fuese.
Paul Davies reconoce que el origen de la vida permanece en un profundo misterio y añade: «Es poco probable que surja de accidentes puramente aleatorios, pues es un mecanismo que falla a la hora de explicar la flecha evolutiva del tiempo; que más probablemente ha surgido [lavida] por transiciones abruptas no aleatorias hacia estados de mayor complejidad en sistemas forzados a abandonar el equilibrio y que encuentran puntos críticos».
El requerimiento de leyes, ¿no exige un legislador? Como dice Jean Guitton: «No estamos aquí porque un par de dados cósmicos hayan caído bien».
Si científicamente es imposible sostener que la vida, la inteligencia, la conciencia, la voluntad o el libre albedrío hayan podido surgir por azar o acontecimientos aleatorios, ¿no será que estaría dada la finalidad de tan extraordinario propósito? Por ésta y más razones, muchos científicos han tratado, inútilmente, de concluir la cadena de causas sin llegar a Dios, y afirman que el Universo no tiene causa, simplemente es. Y que surgió de la nada. O lo que sería igual: ¡El Universo es su propia causa! ¿Hay razones auténticas para sostener esto, o es un rechazo lleno de prejuicios?
Razón de lanada
Importantes matemáticos, como D. Hilbert, G.Frege y B. Russell, intentaron a lo largo del siglo XX dotar a las matemáticas de un carácter absoluto y totalmente consistente. Pero hacia 1931, el doctor en ciencias exactas Kurt Gödel publicó un impresionante artículo donde demostraba la imposibilidad del intento de sus colegas, pues las matemáticas ni pueden ser totalmente consistentes ni totalmente completas, siempre se deberán aceptar principios por fe. Y la ciencia expresada en lenguaje matemático nunca estará totalmente concluida, no lo podrá explicar todo. Del teorema de Gödel se deduce lo siguiente: «En cualquier ciencia, la ausencia de contradicción es indemostrable. Ninguna ciencia tiene carácter absoluto. Una teoría del todo que justifique la existencia del Universo y el por qué es como es, es imposible. La ciencia absoluta requiere una jerarquía infinita de sistemas formales de complejidad creciente, sin que ninguno de ellos pueda servir de base a la estructura global. La ciencia absoluta tendría que ser infinita. Una teoría de la naturaleza nunca puede ser final».
La teoría del Todo está condenada al fracaso por razones de consistencia lógica. Es una quimera. El Universo no puede explicarse a sí mismo; la salida a su contingencia debe buscarse fuera de él, en una entidad de orden superior. El mismo Beltrand Russell decía en 1959: «La espléndida certeza que siempre había esperado encontrar en las matemáticas se perdió en un laberinto desconcertante».
Por tanto, si el Universo es finito, así como sus propiedades, sólo puede ser explicado mediante una ciencia infinita; es algo que nos resulta inasequible, por lo que no cabe otro camino que rendir nuestra mente a la fe (entendida en sentido genérico), ya que ésta nunca será vencida por la razón, que a su vez está cimentada sobre principios aceptados a priori (por fe).
El propio B. Russell terminó afirmando: «Las matemáticas pueden ser definidas como una materia en la cual nunca sabemos de qué estamos hablando ni si es verdad lo que decimos». En pocas palabras: la ciencia nunca nos proveerá de argumentos, siquiera mínimos, para excluir a Dios de la creación del Universo. Por tanto, no resulta lógico tratar de sustituirlo, y menos por la nada.