La ambición política no tiene límites. Por mucho que los próceres de la cosa pública se empeñen en manifestar su vocación de servicio público, la consecución del poder es el verdadero y esencial fin de su quehacer. Luego está aquello de lo que es legítimo y lo que no; de lo que democráticamente es correcto y lo que no lo es; e, incluso, con frecuencia se hace gala de la correcta interpretación de la voluntad popular. De este modo en Galicia se camina inexorablemente hacia un modelo nuevo de gobierno como consecuencia de los resultados electorales celebrados el pasado 19 de junio. ¿Y ello se debe a que los ciudadanos han variado sustancialmente la confianza en sus representantes? Sinceramente, no. De las tres grandes fuerzas políticas con presencia en el Parlamento gallego, la voluntad popular ha variado en esta ocasión, pero no en exceso.
Los gallegos han vuelto a votar mayoritariamente al Partido Popular. Es verdad que el porcentaje de apoyo ha disminuido, del 50,9% en 2001 al 45,2% de ahora. Como se puede apreciar el PP continua contando con el respaldo mayoritario de la sociedad gallega, a pesar de ver recortada su representación en el Parlamento autonómico (de 41 escaños a los 37 actuales). Por su parte, el Partido Socialista de Galicia ha mejorada sensiblemente en confianza popular, al pasar del 23,3% de los votos, de hace cuatro años, al 33,1% de ahora; este hecho se traduce en escaños de 17 diputados a 25. Y, por último, tenemos el Bloque Nacionalista Gallego, que ha perdido suelo electoral al recibir el 18,8% de los votos, cuando en 2001 consiguió el 23,3%; el nuevo porcentaje de votos otorga 13 diputados tras la pérdida de 4 escaños.
Visto el reciente panorama electoral es fácilmente apreciable la voluntad del electorado. Primero que los gallegos se han decantado por una mayoría muy amplia por el PP, próxima al 50 por ciento del electorado; aunque queda de manifiesto la pérdida paulatina de apoyo al partido que ha estado gobernando ininterrumpidamente durante los últimos 16 años. Los motivos pueden ser varios, desde el natural desgaste de gobierno, pasando por decepciones del electorado ante ciertos hechos, hasta el desacuerdo con la idoneidad del candidato de los populares, Manuel Fraga. Pero lo cierto es que los cuatro escaños que ha perdido el PP han ido a parar al PSdG, lo que evidencia que políticamente para algunos electores este cambio de opción es plausible.
En cuanto al BNG, esta coalición nacionalista es la que verdaderamente se ha llevado el más severo varapalo en las urnas, ya que aunque en términos absolutos el porcentaje de votos y de escaños perdidos es similar al del PP, en términos relativos disminuye su aceptación popular de forma significativa. Con todo, lo más importante de reseñar es el trasvase de votos moderados de la coalición al PSdG. En definitiva, ha sido el Partido de los socialistas gallegos el que ha experimentado un sustancial avance, aunque todavía está lejos de alcanzar una cómoda mayoría que le permita gobernar en solitario aplicando su programa. Pero de ahí a decir que en Galicia el pueblo ha manifestado con claridad su voluntad de que haya un gobierno de izquierdas, media un abismo. ¿Y por qué? Pues por la sencilla razón de que existe una infinita mayor diferencia ideológica entre el PSdG y el BNG que entre el PSdG y el PP. Otra cosa es que la ambición de poder del PSdG-PSOE le lleve a una alianza con los nacionalistas antes que permitir que el PP gobierne en minoría. La estrategia del PSOE hace tiempo que se ha decantado por interponer un abismo insalvable con el otro gran partido constitucional y democrático español que es el PP.
Allá ellos. Algún día tenderemos que decir lo de que “De aquellos polvos estos lodos”. Porque a estas alturas, todo el mundo sabe que el BNG es con diferencia la coalición que encierra los elementos más radicales ideológicamente hablando de cuantos pueblan nuestra nación. No se trata tanto de un nacionalismo independentista, que también lo es, sino de la presencia de un ideario marxista-leninista exacerbado. El adoctrinamiento de Unió do Pobo Galego, el partido dominante en la coalición, es de carácter fundamentalista revolucionario; hasta el punto, de que los principales elementos que alimentaron a la banda terrorista de los GRAPO en décadas pasadas salieron de sus filas y, en algunos casos, después de cumplir años de cárcel, andan todavía merodeando por el partido. Según numerosos analistas, las características ideológicas del BNG son únicas y excepcionales en Europa. Y en el PSOE lo saben.
Por eso uno se echa a temblar cuando piensa en la dinámica a la que se va a someter la vida política en Galicia y, por ende, en España. En el artículo “La quimera de ZP” (Ágora Digital, 29.5.2005), apuntaba que “...La tercera pata del sueño de ZP es Galicia. Sacar a Manuel Fraga de la Xunta y sentar a Pérez Touriño, aunque sea con el apoyo de los nacionalistas del BNG, sería el colofón para consolidar su proyecto y su solvencia política...” Y ya estamos en esta tesitura, por lo que si finalmente se cumplen los pronósticos y se alcanza un gobierno de coalición, quienes verdaderamente habrán ganado las elecciones serán los “bloqueiros”. Como en las invasiones bárbaras a la Península Ibérica, la última oleada invasora se dispone a enarbolar su bandera de guerra contra la unidad de España y la Constitución de 1978. Su jefe de filas, Anxo Quintana ha dejado bien claro que un acuerdo de gobierno con el PSdG va a salir muy caro.
Como se puede ver, los bárbaros (suevos, vándalos y alanos) ya dominan el norte peninsular y fuerzan la convivencia nacional. Pensar que los dirigentes socialistas, con el presidente Rodríguez Zapatero a la cabeza, pudieran hacer gala de un ejercicio de cordura y responsabilidad, negociando con el PP algún acuerdo de legislatura, sería un ejercicio estéril. Es más fácil entrar dando cabezazos en la política gallega y poniendo patas arriba la casa común. Por el rencor socialista los bárbaros saldrán fortalecidos, y la mayoría se verá maltratada por el sectarismo. Y si no, al tiempo.