El
mi?rcoles 14 de diciembre no fue un buen d?a para el periodismo espa?ol. El acto en el que el director del diario
El Mundo present? la reedici?n de sus libros
El desquite y
Amarga victoria, fue una escenificaci?n descarada de la complicidad existente entre pol?tica y periodismo. Fue un acto de exaltaci?n a la vanidad y a la ambici?n de poder.
Pedro J. Ram?rez, rodeado y aclamado por el n?cleo duro del
Partido Popular, incluido
Jos? Mar?a Aznar, el otrora amigo del periodista-editor-empresario, se mostr? como un radiante triunfador.
La foto de esta aciaga jornada fue, sin duda, el abrazo entre Ram?rez y Aznar. Los integrantes de ambos s?quitos aplaudieron sonrientes y gozosos como si del reencuentro de dos clanes familiares distanciados se tratase. En fin, un hecho bochornoso que me produjo alipori, es decir, verg?enza ajena. Por si no estaba claro, esta fue una visualizaci?n carnavalesca del juego de intereses que subyace entre la pol?tica y el periodismo. Tengo la sensaci?n de que los que nos dedicamos al periodismo estamos estigmatizados de comparsas por buena parte de la opini?n p?blica.
El periodismo en Espa?a hace tiempo que ha dejado de ser una profesi?n de exclusivo servicio a los ciudadanos. Muy al contrario, el periodismo es un medio para alcanzar las expectativas personales o institucionales de inversores y de consejos de administraci?n. Adem?s de la obtenci?n de beneficios, objetivo leg?timo a toda actividad empresarial, los due?os de los medios de comunicaci?n persiguen casi siempre influencia pol?tica. La b?squeda de liderazgo medi?tico es en realidad el fin que justifica toda la acci?n comunicativa. Y para conseguir esta preeminencia se han consolidado dos v?as de forma clara y rotunda: el alineamiento pol?tico y el debate como espect?culo.
En nuestro panorama period?stico casi todo el mundo est? alineado con unos o con otros: unos con el PSOE, otros con el PP, y los de m?s all? con los nacionalistas de sus respectivas comunidades aut?nomas. Prensa escrita, radios y televisiones desarrollan sus estrategias ideol?gicas con singular determinaci?n; en numerosos casos con encarnizada beligerancia y en otros de forma m?s sutil. En el caso de los medios audiovisuales de titularidad p?blica la ingerencia pol?tica est? determinada por los nombramientos, en los que prima la afinidad y confianza ideol?gica. Por tanto, en este juego de intereses ning?n miembro de una redacci?n va a poner en peligro su empleo y su futuro profesional en la defensa de criterios estrictos de deontolog?a period?stica. La selecci?n de noticias y el relieve de las mismas est? reservada a las guardias pretorianas que controlan las redacciones.
La otra opci?n en la b?squeda de audiencia es igualmente depredadora. Todo es susceptible de espect?culo. La pol?tica, el deporte y la cr?nica social no se cuentan por su valor intr?nseco sino por su potencial de confrontaci?n dial?ctica; sobre todo, la confrontaci?n entre personas m?s que la confrontaci?n de ideas. La iniquidad de los pr?ceres del poder pol?tico y medi?tico es escandalosa. Y la estulticia en la que est? sumida la mayor?a de la opini?n p?blica es clamorosa. Los grandes grupos empresariales de comunicaci?n (Prisa, Vocento, Zeta, Unedisa, Intereconom?a,...) manejan los conflictos pol?ticos y sociales potenciando el debate, la confrontaci?n y la radicalidad de la vida espa?ola.
El sofisma, la superficialidad y la manipulaci?n se han instalado en el debate p?blico que protagonizan los pol?ticos. Y los medios de comunicaci?n act?an como escenarios del gran circo de los intereses creados para mayor gloria de los
polancos, cebrianes, pedrojotas, ansones y
bergareches de turno. Que con su pan se lo coman, pero de esp?ritus libres y democr?ticos al servicio del bien com?n, nada de nada. Abrazos como los del mi?rcoles 14 de diciembre desenmascaran la perfidia de los que se creen tocados por los dioses. A mi me produce desasosiego.