Jueves, 22 de febrero de 2007
Medios de comunicaciónCada día constato con mayor insistencia el hastío y despego de los ciudadanos con los excesos retóricos y demagógicos de los políticos. Con todo, lo peor no es esto, sino el insoportable ruido ambiental al que los medios de comunicación tienen sometida a la sociedad. No se trata sólo del lógico interés informativo que la vida política tiene es sí misma, sino que, además, los propios medios de comunicación están involucrados en la rivalidad política, tomando parte activa en el debate y en la consecución de los objetivos de las diversas opciones.

Como quiera que una de las características de la sociedad avanzada es la sobreabundancia de información -debido entre otras cosas a la multiplicidad de canales informativos-, el resultado del proceso comunicativo es un exceso de ruido perturbador que en vez de enriquecer el conocimiento y favorecer los estados de opinión lo que provoca en un cierto estado de anestesia en la consciencia pública.

En la actualidad los medios de comunicación son, en general, propiedad de grandes grupos empresariales con objetivos hegemónicos. La prioridad es controlar mayoritariamente segmentos sociales a gran escala (grandes ciudades, regiones enteras o sectores sociológicos determinados). Por eso estos grupos empresariales se convierten en grupos multimedia, ya que aglutinan empresas de comunicación de prensa escrita, radio, televisión e internet.

De sobra es conocida la natural tendencia del poder económico para buscar el trato de favor de los poderes públicos. No olvidemos que son estos últimos lo que tienen el privilegio de la iniciativa legislativa, y en España el poder legislativo y el poder ejecutivo no sólo no están separados (sólo nominalmente) sino que el primero es subordinado incondicional del segundo. Por tanto, aquí tenemos una poderosa razón que lleva al mundo de la comunicación a implicarse hasta las orejas en la vida política: unos a favor del poder político gobernante y otros a favor del poder político en la oposición.

Y si a la lucha diaria por vender más ejemplares de prensa y por conseguir cuotas más elevadas de audiencias en radio y televisión, con propuestas agresivas y con frecuencia zafias y de mal gusto, añadimos la voluntad inequívoca por defenestrar gobiernos y aupar alternativas, convendremos en que la tensión en el mundo de la comunicación alcance temperaturas asfixiantes e insoportables.

Por desgracia existe un mal que hace todavía más infamante la comunicación exacerbada y ruidosa: la manipulación interesada como recurso habitual de las fuentes informativas, en este caso de buena parte de los poderes públicos y de la clase política. La manipulación política (ocultación de hechos relevantes o de aspectos singulares de los mismos, y tergiversación malintencionada de la verdad) es una práctica tan habitual que necesita, irremediablemente, de los medios de comunicación para conectar con sus incondicionales y, sobre todo, con la zona templada del electorado.

La complicidad se ha trocado en necesaria entre políticos y medios. La verdad ya no es la prioridad, tan sólo un pretexto. Lo importante para cada fuerza política es poder demostrar su verosimilitud ante los ojos de los votantes. Y los medios cobrar el peaje por los servicios prestados. En esta situación el periodista se reduce al papel de obediente asalariado, bien por afinidad ideológica o por imperiosa necesidad.

Lunes, 19 de febrero de 2007
Jura de cadetes en la Academia Militar de General de ZaragozaRazones personales y familiares me dieron la oportunidad de acudir, el pasado sábado 17, a la Academia General Militar de Zaragoza para presenciar el acto de jura de bandera de la última promoción de cadetes aspirantes a la escala de oficiales del Ejército de Tierra y de la Guardia Civil. Tengo que subrayar que el acontecimiento me resultó gratamente instructivo, a la vez que emocionante y entrañable.

Contribuyó a la esplendidez de la ceremonia la luminosa y tibia mañana que nos deparó este imprevisible febrero. En este escenario tuve ocasión de comprobar la emoción con que dos centenares de jóvenes de entre veinte y veintidós años vivieron la consagración de sus vidas a la carrera militar. Es cierto -como no podía ser de otra manera- que la ceremonia se produjo en un ambiente de gala y de fiesta. Pero antes, durante los últimos cinco meses y medio, estos jóvenes se han sometido voluntariamente a un periodo de preparación y entrenamiento verdaderamente exhaustivo; algunos que lo intentaron no pudieron superarlo.

Las grandes civilizaciones que han prosperado lo han hecho, entre otras cosas, porque han sabido aquilatar en un lenguaje de signos y de ritos el acervo de valores y conocimientos acumulados a lo largo del tiempo histórico. Ese es el valor de las ceremonias. Son ritos iniciáticos mediante los cuales, y tras larga preparación (ya sea catecúmeno, novicio, novio o postulante de cualquier tenor), el aspirante da por concluida su vida presente y se incorpora a otra nueva. Es decir, el rito representa al mismo tiempo la muerte y la vida; es un morir y un renacer con mayor luz; es a la vez un acto de renuncia y un acto de entrega.

Esa mañana doscientos jóvenes juraron fidelidad y lealtad a España, a la Constitución, a la bandera nacional y al Rey (comandante supremo de las Fuerzas Armadas, Jefe del Estado y símbolo de todos los valores que encarnan a la Nación Española). Doscientos jóvenes renunciaron solemnemente, ante sus familias y ante el mundo, al estatus ordinario de una sociedad civil amparada en un Estado de Derecho. Doscientos jóvenes consagraron sus vidas a un ideal de servicio y de entrega sin reservas: la defensa de España de cualquiera que atente contra su unidad e integridad territorial y contra su ordenamiento constitucional. Y para ello estos jóvenes, como otros muchos, o mejor dicho, como muchos más, están dispuestos a entregar sus vidas sin hacer preguntas.

No corren tiempos favorables para defender ideales seculares. Valores como dignidad, patria, honor, entrega, sacrificio, disciplina, familia, hermano o amigo están, o bien arrumbados en el desván del olvido o bien depreciados por su uso espurio y frívolo. La confrontación política ha impuesto en nuestros días un leguaje oportunista que relativiza y desvirtúa el verdadero significado semántico de las palabras. Ahora a los valores imperecederos se les otorgan finalidades determinadas, y si no se ajustan a los objetivos son despreciados solemnemente. Por eso causa admiración y asombro cómo cohabitan en nuestra imperfecta democracia (el menos malo de los sistemas políticos posibles) las ideologías, los partidos y las instituciones, una vez que alcanzan responsabilidades de gobierno.

Por fortuna no todo está perdido. Todavía existe una juventud que no sólo ama la vida sino que se siente impelida por una vocación de servicio: el servicio a la comunidad para remediar las grandes desigualdades, la injusticia y la indignidad. Existen muchos caminos para realizar tan nobles ideales. La milicia es uno de ellos, porque nadie como el auténtico guerrero ama la paz y odia la guerra, y a pesar de ello se prepara para tal contingencia.

Una vez más en el patio de la Academia General de Zaragoza tuvimos la ocasión de escuchar esas emotivas palabras de la Plegaria a los caídos: "... Por la Patria morir fue su destino, querer a España su pasión eterna, servir en los Ejércitos su vocación y sino. No quisieron servir a otra Bandera, no quisieron andar otro camino, no supieron morir de otra manera."

Gracias, Pablo.

Publicado por torresgalera @ 15:02  | Cosas que importan
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Viernes, 16 de febrero de 2007
ImagenDestacan los expertos y conocedores del mundo del arte, a trav?s de los medios de comunicaci?n, que la Feria del Arte Contempor?nea, ARCO, se encuentra en su apogeo de esplendidez y reconocimiento internacional. La muestra que se presenta estos d?as en Madrid, en el recinto ferial de IFEMA, situada en el Parque de la Naciones, cumple su vig?simo sexta edici?n. Es -dicen los entendidos- despu?s de la de Basilea, la m?s importante feria mundial del arte de vanguardia.

Como quiera que yo soy un furibundo cr?tico de eso que se ha dado en llamar arte contempor?neo, no me he resistido a la tentaci?n de echar un vistazo a la muestra que ARCO propone en estos invernales d?as de febrero. Mejor hablar cargado de razones por aquello de no le imputen a uno desconocimiento y prejuicios infundados e inconsistentes. Y la verdad, lo visto no me ha defraudado en absoluto, simplemente me ha parecido eso que dicen en Andaluc?a de las cosas sin fuste ni sentido, una pamplina.

Como es l?gico, yo no tengo nada en contra del ingenio ni de la experimentaci?n. Tampoco de que los artistas pl?sticos desaf?en y aborden su quehacer desde nuevas perspectivas, tanto desde el punto de vista formales como materiales. Pero claro, de ah? a que te muestren un mu?eco sin cara vestido de plexigl?s de colores, sentado en el suelo junto a una pelota enorme; o a un globo suspendido en el aire por la fuerza de un chorro de ?dem sobre un relieve de hojas de cuchillos; o una modesta y solitaria silla de tablas sola sobre una tarima blanca, todo ello presentado como grandes e ingeniosas manifestaciones art?sticas, me parece cuando menos un insulto a la inteligencia. A la m?a por lo menos.

No ser? yo el que diga que en ARCO no hay nada expuesto que merezca la pena. Pero desde luego, la mayor parte de obras constituyen un claro ejemplo de lo que la mayor?a de los mortales, as?, en un estado normal de sobriedad, jam?s se atrever?a a comprar ni a dedicar m?s de unos escasos minutos de su tiempo en echarlas un vistazo.

Desgraciadamente el mundo del arte contempor?neo, mejor dicho vanguardista, est? en buena medida en manos de un pu?ado de especuladores que no hacen si no embaucar a gentes ingenuas, a esnobistas y a descerebrados aduladores de todo aquello que tenga que ver con lo novedoso y exclusivo. Y encima, todo ello bien regado de cheques de d?lares o euros con muchos ceros, que son los que verdaderamente certifican el valor de este arte mostrenco en el mercado. Pues muy bien, con su pan se lo coman, que a m? en este negocio de la fealdad y del horror no me pillan.

Lo siento, soy un cl?sico. Soy de los que todav?a piensan que el arte es la expresi?n sublime de la belleza creada por el ser humano, sea esta alegre o triste, feliz o tr?gica; es expresi?n pl?stica del alma, que transmite emociones a los que la contemplan y trasciende su gozo y disfrute a generaciones venideras. En todo eso creo yo. As? de sencillo. Me voy a disfrutar con Tintoretto.

Publicado por torresgalera @ 23:58  | Cultura
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