Jueves, 21 de febrero de 2008

Coro Schola Gregoriana de MadridLas sorpresas constituyen con frecuencia alicientes inestimables para dotar de sentido la vida humana. Es verdad que las sorpresas pueden ser desagradables o nefastas; pero también de éstas se pueden obtener lecciones positivas para el futuro. En cualquier caso, hoy me dispongo relatar un ejemplo de lo que, para mí, ha constituido una grata sorpresa, una sorpresa agradable y reconfortante, que me congracia —aunque sea tímidamente— con el ser humano.

H
ete aquí, que ayer miércoles me decidí a dar un paseo de tarde por el parque del Retiro. Estando en este menester jubiloso, a eso de poco más de las siete abordé la idea de acercarme hasta la iglesia de San Jerónimo el Real, ya que había leído por la mañana en el periódico que a las ocho tendría lugar un concierto de canto gregoriano. Cuál sería mi sorpresa, que llegado a la explanada de la puerta principal del templo con más de media hora de adelanto sobre el horario anunciado, una formidable cola de gentes aguardaba paciente la apertura del auditorio religioso.

C
onsumiéndose los últimos minutos de un crepúsculo invernal, avancé perplejo y caviloso en busca del final de la serpiente humana. Tras ocupar el último lugar me entregué con deleite a observar a mis semejantes, y a escudriñar con los ojos de la razón (o quizá con los del corazón) qué inquietantes motivaciones podrían haber impulsado a aquellos centenares de hombres y mujeres (de todas las edades y, supongo, desiguales condiciones) a interesarse por el canto gregoriano.

A
l cabo de algunos minutos colegí —comprobando con estupor que la cola detrás de mí era ya casi igual a la que había delante— que Madrid es una ciudad muy grande y que, por tanto, el personal allí presente apenas era una minúscula gota del océano vecinal de la capital o, si se quiere, de la Comunidad Autónoma. En cualquier caso, no por razonamiento tan ramplón quedé satisfecho. Seguí dándole vueltas al magín y, poco a poco, desgrané un buen número de razones que justificaban la presencia de al menos dos mil personas (la iglesia se llenó a rebosar, incluidos los de pie). En cualquier caso, lo que me satisfizo profundamente fue comprobar (una vez más) las múltiples y variadas sensibilidades del ser humano, y de que no todo está perdido.

P
oco antes de llegar mi turno de entrar en la iglesia recordé como en esta época invernal los cuervos graznan en grandes bandadas y se dejan ver por las frías plazas y parques de muchos pueblos y ciudades de la vieja Castilla. Bandadas de cuervos que asemejan a otros que en estas fechas revolotean ruidosos y casinos por todo el territorio nacional dejando sus perturbadores mensajes en las heladas ondas de la estepa mediática.

C
oncluyo la narración de este apunte señalando que el concierto del Coro Schola Gregoriana de Madrid fue espléndido. Que en la iglesia de San Jerónimo el Real el público presente gozó de una hora de deleite espiritual. Y que, a la salida del templo, una hermosa y radiante luna llena cinceló de plata las aristas del barrio de Los Jerónimos, mientras los ecos de los cantos sagrados palpitaban medrosos en nuestras almas.


Publicado por torresgalera @ 23:19  | Pensamientos
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