Pero, sin duda, lo más destacable y significativo del discurso de Obama fue su agradecimiento hacia el pueblo norteamericano, por la confianza de éste en la democracia, por su mayoritaria implicación en el anhelo de cambio, y por su entusiasmo y fe en el futuro de la nación: «... nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules. Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.» Barack Obama reconoció en su triunfo la victoria del pueblo norteamericano: «Y sé que no lo hicisteis sólo para ganar unas elecciones. Y sé que no lo hicisteis por mí. Lo hicisteis porque entendéis la magnitud de la tarea que queda por delante. Mientras celebramos esta noche, sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas -dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo-.»
El presidente electo recordó a
los compatriotas que en estos momentos de alegría electoral, viven momentos de
angustia, temor e inseguridad: «Mientras estamos aquí esta noche, sabemos que
hay estadounidenses valientes que se despiertan en los desiertos de Irak y las
montañas de Afganistán para jugarse la vida por nosotros. Hay madres y padres
que se quedarán desvelados en la cama después de que los niños se hayan dormido
y se preguntarán cómo pagarán la hipoteca o las facturas médicas o ahorrar lo
suficiente para la educación universitaria de sus hijos.» Obama tampoco se
arredró a la hora de enfocar su mandato, que dará comienzo el próximo 20 de
enero: «Hay nueva energía por aprovechar, nuevos puestos de trabajo por crear,
nuevas escuelas por construir, y amenazas por contestar, alianzas por reparar. El
camino por delante será largo. La subida será empinada. Puede que no lleguemos
en un año ni en un mandato. Sin embargo, Estados Unidos, nunca he estado tan
esperanzado como estoy esta noche de que llegaremos.»
El presidente afroamericano concitó con maestría el optimismo del momento con la cruda realidad de la política cotidiana: «Habrá percances y comienzos en falso. Hay muchos que no estarán de acuerdo con cada decisión o política mía cuando sea presidente. Y sabemos que el gobierno no puede solucionar todos los problemas. Pero siempre seré sincero con vosotros sobre los retos que nos afrontan. Os escucharé, sobre todo cuando discrepamos.» Y lo más importante, Obama subrayó que la importancia de esta madrugada de champán y abrazos no representa más que el preludio de una sinfonía por componer. Ahora se inicia el verdadero desafío: «Esta victoria en sí misma no es el cambio que buscamos. Es sólo la oportunidad para que hagamos ese cambio.» Para ello el presidente demócrata apeló a la conciencia cívica: «Hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro.» Toda vez que resaltó la vigencia de los valores nacionales: «Recordemos que fue un hombre de este estado quien llevó por primera vez a la Casa Blanca la bandera del Partido Republicano, un partido fundado sobre los valores de la autosuficiencia y la libertad del individuo y la unidad nacional. Esos son valores que todos compartimos. Y mientras que el Partido Demócrata ha logrado una gran victoria esta noche, lo hacemos con cierta humildad y la decisión de curar las divisiones que han impedido nuestro progreso.»
Tiene mucha importancia que Barack
Obama resaltase este punto -esencial para comprender el auténtico espíritu del
pueblo norteamericano, tan a menudo incomprendido y vilipendiado por la opinión
pública europea-. El futuro inquilino de la Casa Blanca subrayó los valores del
Partido Republicano como los valores del Partido Demócrata. Por tanto, las
confrontaciones y desacuerdos no convierten a los norteamericanos en enemigos
entre sí; por el contrario, se trata de «amigos cuyas pasiones los han puesto
bajo tensión».
Al final de su alocución Obama advierte al mundo: «Y a todos aquellos que nos
ven esta noche desde más allá de nuestras costas, desde parlamentos y palacios,
a aquellos que se juntan alrededor de las radios en los rincones olvidados del
mundo, nuestras historias son diversas, pero nuestro destino es compartido, y
llega un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense.» Era el momento de
reafirmar la vocación de liderazgo mundial de Estados Unidos, como ha venido
siendo durante el último siglo: «A aquellos que derrumbarían al mundo: os vamos
a vencer. A aquellos que buscan la paz y la seguridad: os apoyamos. Y a
aquellos que se preguntan si el faro de Estados Unidos todavía ilumina tan
fuertemente: esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de
nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de
nuestra riqueza, sino del poder duradero de nuestros ideales: la democracia, la
libertad, la oportunidad y la esperanza firme.»
Fue un discurso soberbio, impecable. Un mensaje claro, valiente y decidido, dirigido al mundo entero. El 44 presidente de los Estados Unidos de América se ha convertido ya en una gran oportunidad para la paz, el diálogo, la convivencia y el progreso mundial. Como el propio Barack Obama ha manifestado, el peligro y las amenazas acecharán su mandato desde el primer momento, desde hoy mismo. Pero no cabe duda de que un enorme caudal de confianza y optimismo ha sido liberado para respaldar la voluntad de cambiar las cosas, aquellas que tienen sumido al planeta en un piélago de tensiones, conflictos y problemas económicos. Desde luego que Barack Obama no es, ni mucho menos, la solución a los ingentes problemas del mundo, pero sí encarna el espíritu de regeneración que todos deseamos. Es el primer hombre de color que dirigirá, los próximos cuatro años, los destinos del país más poderoso de la Tierra. Tiene una formación excelente y, por tanto, entiende de qué van las injusticias sociales, la lucha por la vida, la emigración, los derechos civiles, la igualdad de oportunidades, la libertad o el multiculturalismo. La experiencia que le falta en otros órdenes la adquirirá a marchas forzadas, qué remedio. Pero no hay que olvidar que Barack Obama, al fin y al cabo, sólo es un hombre, un proyecto inaprensible y frágil. El tiempo dirá.
Reprochar a la democracia parlamentaria española de graves
carencias e insuficiencias no deja de ser -siendo cierto- un ejercicio retórico
trufado de ingenuidad, por no decir de cinismo o huidiza simplicidad. El
verdadero déficit reside en la sociedad española, es decir, en la falta de
verdaderos demócratas. Y es que en este caso, como en tantos otros, el órgano no
hace la función, sino más bien al revés.
Digo esto a cuento del controvertido y apasionado debate mediático que se ha originado por algunas de las declaraciones de la reina Sofía a la periodista Pilar Urbano, registradas en el libro de ésta última La reina muy de cerca. Creo que de este ruidoso episodio se pueden sacar varias conclusiones: en primer lugar, está siendo una extraordinaria y eficaz campaña publicitaria para la venta del libro (la editorial y la autora nunca agradecerán lo suficiente estas albricias); en segundo lugar, la aparición de este libro se ha revelado como una ocasión de oro para que el dogmatismo rancio, ya sea de derechas o de izquierdas, conservador o progresista, quede una vez más en evidencia. Y, por último, y lo que es más grave, resulta patético y descorazonador comprobar la contumaz persistencia con la que numerosos periodistas, políticos y demás ralea mediática hacen derroche de ignorancia y carcunda.
El toma y daca de unos contra otros, sobre si la reina Sofía está o no legitimada para expresar sus opiniones sobre cuestiones que afectan y preocupan a los españoles, me parece un ejercicio estéril y peligroso. No seré yo el que se ponga a dar lecciones de lo que deben pensar o decir los demás, incluidas la reina «consorte» de España. Es obvio que doña Sofía tiene un estatus constitucional diferente al del rey Juan Carlos (Jefe del Estado y mando supremo de las Fuerzas Armadas); otra cosa es el estatus de la reina en la jerarquía de la Casa Real Española. Por tanto, que la reina Sofía se mantenga en el ámbito de discreción que se le exige al monarca Jefe del Estado, no sólo es recomendable sino que es altamente beneficioso para el papel constitucional otorgado a la Corona. Pero no nos engañemos, todo el mundo sabe que la Familia Real es católica, apostólica y romana, por lo que es razonable deducir que sienten y viven en sintonía con lo que la doctrina católica defiende y enseña a sus creyentes. Así que hacernos los sorprendidos por estas declaraciones de la reina me parece de una engañosa ingenuidad que tira para atrás. La única pregunta que me asalta sobre estas declaraciones a Urbano es la de qué razones han llevado a la reina Sofía, tan prudente y cauta durante los 46 años que lleva en España, a expresar ahora públicamente sus opiniones sobre asuntos tan delicados y esenciales; por qué ahora y no antes. Esta es la pregunta que a mí me inquieta, por decirlo de alguna manera.
Por lo demás, ni se me ocurre poner en tela de juicio el derecho de la reina -no del rey, sujeto a los preceptos constitucionales- a la libre expresión; otra cosa es la idoneidad de sus declaraciones en función de su marido el Jefe del Estado. Tampoco me sorprende que los que se jactan de su republicanismo hayan sido de los primeros en criticar severamente a doña Sofía: ellos sólo aceptan (y que remedio) una monarquía de salón, para el protocolo, pero sin voz ni voto, y ahí se mantienen como talibanes. En cuanto a los monárquicos de boquilla (para los tradicionalistas todo es poco), su mala conciencia les pasa factura (he ahí las declaraciones de González Pons y otros líderes del PP). Y es que en nuestra España cainita la falta de talante y educación democrática constituyen las carencias fundamentales de nuestro acervo político. Aquí todavía campea un exceso de superávit totalitario y de dogmatismo, de soberbia y de jactancia, de gritos y de voces malsonantes, de prepotencia y matonismo. Casi todo el mundo se mira su ombligo, y cuando alguien levanta la vista no ve más que su excrecente cicatriz revoloteando salvíficamente por encima del universo. Pobre país.