Lunes, 26 de enero de 2009

IntransigenciaLa sociedad española vive instalada en uno de los escenarios más inquietantes de los posibles. Al frente de la nación se encuentra un gobierno liderado por un político que miente de manera desaforada y sistemática a los ciudadanos, y trata de manipular la realidad en aras de obtener ventajas personales y partidistas. Un presidente de gobierno al que no le duelen prendas en desairar -haciendo gala de su buen talante y modos aseados- a los adversarios, salvo que éstos, claro está, le reporten réditos ante posibles acuerdos puntuales: así lo ha hecho hasta ahora Rodríguez Zapatero con los nacionalistas, con los que ha desestabilizado, más de lo que ya estaba, el proyecto constitucional de soberanía nacional. Poco queda ya de la España constitucional de 1978. Los tres poderes del Estado han sido reducidos al imaginario de la historia. El Poder Ejecutivo se ha transformado en omnímodo tras haber canibalizado el Poder Legislativo y el Poder Judicial; además de controlar la estructura del partido, los servicios estatales de demoscopia y de comunicación de masas, así como los censos y la ley electoral.

Ante este sombrío panorama, ningún contrapoder. La supuesta alternativa de gobierno, es decir, la oposición liberal-conservadora, sobrevive empantanada en su propia inoperancia, restregándose reproches entre unos y otros, y con un líder cuestionado, tanto desde dentro del propio partido como desde los medios de comunicación, afines y contrarios. El resultado no puede ser más desesperanzador: acción de seguimiento y control al gobierno socialista inoperante, a la vez que lastrado por el efecto anestésico de complejos democráticos y de mala conciencia histórica. Y por si todo esto fuera poco, ahora asistimos al patético y malintencionado espectáculo de una campaña de descrédito ante la presunta -e indemostrada- operación de espionaje de los servicios de seguridad de la Comunidad de Madrid a altos cargos del gobierno de dicha Comunidad y a otros del Ayuntamiento de la capital de España. Una ocasión excelente para que la prensa se ponga las botas con el escándalo, los opinadores profesionales llenen sus bolsillos, y la progresía rampante y zafia se dé una atracón de repartir moralina y dispensar consejos de pureza democrática (los mismos que se negaban a aceptar de nadie en los tiempos de los vendavales de corrupción y crímenes de Estado del felipismo).

Uno no termina de encontrar explicación a la contumaz inquina entre españoles. ¿Por qué no son suficientes los abundantes buenos ejemplos que se prodigan en otras naciones de nuestro entorno? ¿Por qué alabamos tanto  a Barack Obama y no al pueblo norteamericano que es el que ha hecho posible el fenómeno Obama? No se trata de que todos los españoles seamos igual de buenos sino de superar viejos y traumáticos odios y rencores. Es preciso que se despierte en la ciudadanía la conciencia crítica y dejar de actuar como hinchas fanáticos de unos colores, aunque nuestro equipo juegue que dé pena. Mantener vivo el espíritu del "Viva el Betis manque pierda" es una prueba lacerante de raquitismo cívico y de incultura política. Algo muy preocupante ocurre en un país que presume de ser la octava potencia económica del mundo, pero cuya vida política discurre por los cauces de exaltación, radicalidad e intransigencia de los años treinta del pasado siglo. Tenía razón aquel que señaló que el problema de nuestra democracia es que hay pocos demócratas.

Publicado por torresgalera @ 21:03  | Pol?tica
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Mi?rcoles, 21 de enero de 2009
Rodríguez Zapatero

Lo que ayer ocurrió en Whasington creo sinceramente que fue una lección magistral para los más de seis mil millones de seres humanos que habitan en nuestro planeta. Fue un acontecimiento de reafirmación en los principios democráticos y en los valores que sustentan esta forma de convivencia colectiva. Es verdad que la democracia no es un sistema político perfecto, pero mientras que no se demuestre lo contrario es -como dijera Winston Churchill- el menos malo de los existentes.

Una de mis mayores preocupaciones en los tiempos que corren -y aseguro que me produce gran desasosiego intelectual, y a menudo vital- es la indecente manipulación y distorsión del lenguaje, tanto por los políticos como por los líderes de opinión pública y por los profesionales de la comunicación de masas. Se ha llegado a tal grado de ignominia en el uso del lenguaje que el ciudadano común ha perdido por completo el sentido de la realidad. Porque ¿cuál es el sentido del lenguaje sino el medio por el que identificar las cosas, los pensamientos y las emociones? Por eso el ser humano, mediante unos códigos de signos, ha elaborado a través de la historia el lenguaje para relacionarse entre sí. Es decir, el hombre se ha transformado en Verbo, y con ello ha escalado un peldaño definitivo que le eleva y distingue del resto de la escala zoológica.

Es el Verbo la sustancia energética que alimenta la facultad intelectiva del hombre, y no al revés. Es el Verbo la materia que construye y da forma al pensamiento humano, de igual manera que la energía cósmica se transforma o sintetiza en materia, ya sea inerte o ya sea orgánica.

Apunto todo esto para poner el acento en la perversidad que implica que los dirigentes políticos, religiosos o de cualquier otro tipo manipulen a su antojo el lenguaje para confundir a sus prosélitos y para defender lo indefendible. Entiendo que cualquiera tiene el derecho a pensar y creer en lo que quiera. Lo que ya me parece inadmisible es que aceptando un modelo de filosofía política se critique y se actúe justo de forma contraria a lo que se afirma defender. Es verdad que dentro de un mismo orden de valores los matices pueden crear grupos humanos rivales entre sí. Pero otra cosa es la confrontación abierta y descalificadora total hacia el oponente.

Ayer millones de personas de todo el mundo pudimos oír y ver como el recién investido presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama, en sus primeras palabras a la nación y al resto de naciones, afirmaba con rotundidad que su país padecía graves problemas: una profunda crisis económica y dos guerras simultáneas. Obama no se arredró ante estas dificultades y apeló al espíritu del pueblo norteamericano, a los valores fundacionales sobre los que se erigió este gran país y al acervo de experiencia demostrada para superar los mayores peligros y amenazas. Es más, el nuevo presidente no sólo exhortó a sus conciudadanos a aceptar sacrificios y trabajar con denuedo para salir adelante, sino que les instó a cambiar sus actitudes y modos ante la realidad inapelable del cambio que se ha operado en el mundo.

Bien, ahora hagamos los españoles un somero ejercicio de autocrítica y analicemos cómo afrontó -hace menos de un año- el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero su investidura para el segundo mandato. ¿Fue sincero con la nación española? ¿Afrontó el desafío de la grave situación económica? ¿Ha corregido su política en los últimos meses con suficiente determinación? ¿Está trabajando la oposición en el camino correcto para remediar el posible fracaso del Gobierno de Rodríguez Zapatero? ¿Es el líder del PP, Mariano Rajoy, un líder convincente como alternativa de Gobierno? Respondamos con sinceridad a estas y otras preguntas relacionadas, y asumamos cada uno de nosotros, como ciudadanos y electores, nuestra responsabilidad en la actual situación.

Decía Sándor Márai, el gran escritor húngaro -testigo y víctima de los excesos totalitarios en la Europa del siglo XX- que «las palabras no sirven más que para ocultar la realidad, no para revelarla». No nos resignemos ante el fatalismo que pretenden imponernos los depredadores del poder y del dinero. No, exijamos a los que nos lideran honestidad, sinceridad y entrega; que nos digan siempre la verdad y que no hagan con nuestro dinero un uso demagógico y sectario de populismo rampante. Que no nos traten como a inmaduros e insolventes ciudadanos. El optimismo antropológico de ZP no es el antibiótico con el que los españoles debemos ser narcotizados, sino con la verdad y la credibilidad. Rodríguez Zapatero ya es un político a amortizar, pues el daño que ha producido es irreversible. Liberémonos los españoles de los prejuicios sectarios del pasado y busquemos entre los políticos honestos y valientes a los líderes de la regeneración. Al margen de colores e ideologías estériles. Si es verdad que la libertad nos hará libres, seamos libres de una vez, pese a quien pese.


Publicado por torresgalera @ 16:22  | Pol?tica
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S?bado, 10 de enero de 2009

El año que comienza lo hace con el mismo o similar empeño con el que acabó 2008. En realidad las amenazas que ensombrecen a la humanidad no son sino consecuencias directas de anteriores conflictos nunca resueltos o, lo que es peor, mal resueltos. Prueba de ello es el súbito enconamiento del contencioso judeopalestino. Dice la sabiduría popular que todo problema encierra su solución. Yo no estaría de acuerdo con este aserto, no al menos en el caso del conflicto de Oriente Próximo. Esta guerra cruel e insensata se retroalimenta a sí misma porque la comunidad internacional, más dividida entre sí que judíos y palestinos, azuza y jalea a los díscolos contendientes para mantener viva la hoguera de la hostilidad y el desencuentro. Las grandes potencias y los movimientos ideológicos insurgentes libran así su particular batalla en un tablero ajeno. Se trata de una estrategia para ganar tiempo hasta el momento de la guerra total.

Desde la perspectiva europea, es de lamentar que a estas alturas no haya cuajado una conciencia libre de complejos: en el conflicto judeopalestino no hay buenos ni malos. Sin embargo, Europa sí acumula mucha responsabilidad histórica -sobre todo Reino Unido y Francia-, por cómo ejercieron el papel de administradores de estos territorios desde la caída del imperio otomano hasta el reparto de los mismos en diferentes estados, y en especial desde la creación del Estado de Israel en 1947. Aquel proceso, artificioso pero necesario, lleva prendido el estigma del odio, y todavía nada ni nadie ha sido capaz de rebajar la inquina secular de dos pueblos que sobreviven salvajemente enfrentados por la negativa mutua a reconocerse el derecho a la existencia. Desde luego Israel jamás aceptará ninguna salida que comprometa lo más mínimo su seguridad, ni los musulmanes fanatizados de la región renunciarán a su viejo sueño de echar a los judíos al mar.

Ante este panorama, la única salida que parece viable es la del horror y la muerte. Estamos ante un conflicto armado que carece de expectativa final. Pero seamos serios y rigurosos. La clave del conflicto pasa esencialmente por el hecho incontestable de que el fundamentalismo islámico odia el modelo de democracia occidental. Hamás, Al Qaeda, Hezbolá, Yihad Islámica y otras tantas organizaciones fanatizadas del islamismo radical constituyen el auténtico motor que mantiene activo este casus belli, sin otra finalidad que la destrucción del estado de Israel y su aniquilamiento total. Se trata de la gran coartada para expandir su furia y su odio hacia todo aquello que representa un modelo de vida que, aunque imperfecto, ha hecho de la libertad y de los derechos humanos su razón de ser.

¿Qué razones asisten a Hamás para bombardear sistemáticamente desde la granja de Gaza el territorio israelí? El presidente de Israel, Simón Peres, uno de los líderes más condescendientes y pacifistas del arco político israelí, el arquitecto de los acuerdos de Oslo, lleva tiempo haciéndose esta pregunta sin encontrar la respuesta. Desde 2005, en que el ejército israelí se retiró de Gaza (por iniciativa de Ariel Sharón) -lo que conllevó múltiples dificultades internas por la oposición de sus propios ciudadanos disidentes-, el gobierno de Tel Aviv disponía de un plan de retiradas de los territorios palestinos ocupados por primera vez en la historia, así como la decisión de aceptar la creación de un Estado palestino. Pero Hamás ha boicoteado sistemáticamente estas iniciativas con sus cohetes Qassam.

Un ejemplo paradigmático de la estulticia del fanatismo musulmán queda reflejado en el atentado terrorista ocurrido el pasado 28 de diciembre en Mosul, ciudad situada a 400 kilómetros al norte de Bagdad. Lo perpetró un terrorista suicida que conducía una moto-bomba. La explosión se cobró la vida de al menos tres personas e hirió a otras veinte, pero el hecho verdaderamente destacable es que el suicida-homicida atentó contra integrantes de una manifestación en contra de Israel con motivo de la incursión aérea israelí en Gaza. Los diarios informaron de que el atentado tuvo como blanco al líder del Partido Islámico Iraquí, uno de los convocantes de la manifestación. Al tratarse de un atentado tan estrafalario y desconcertante, y tan difícil de utilizar para culpabilizar a Estados Unidos, la prensa occidental pasó página con rapidez. Está claro que el responsable del atentado era algún grupo ideológico próximo a Al Qaeda, Hamás o Hezbolá, y que competía contra rivales del mismo signo ideológico.

Otro ejemplo desconcertante de la diabólica dialéctica de los líderes palestinos tiene que ver con la muerte, el 2 de enero, de Nizar Rayan, autoridad militar de Hamás, por el ataque de las Fuerzas de Defensa de Israel. Nizar Rayan fue el organizador de varios de atentados kamikazes que acabaron con la vida de civiles israelíes. En el momento de ser alcanzado por los proyectiles israelíes, Nizar Rayan se hallaba en compañía de sus cuatro esposas y de otros tantos hijos. La pregunta que surge en una mente racional es: ¿por qué Rayan no pensó en salvar la vida de sus cuatro esposas, la vida de sus hijos? ¿Por qué planteó el campo de batalla en su propia casa?

En estos días, en muchos lugares del mundo, se leen y escuchan numerosas expresiones vertidas por toda clase de periodistas y líderes de opinión manifestado su espanto -muchas veces recurren al término náuseas- por la crueldad del ejército de Israel. En cambio son pocas las personas que manifiestan su espanto por la complicidad de los adultos de Hamás en la muerte de niños palestinos. Nadie denuncia la táctica de lanzar cohetes y poner bombas en Israel para luego refugiarse entre sus esposas, hijos y demás familiares. La guerra es horrible, pero recurrir a la propia familia como escudo humano es abominable. Hacer del victimismo el principal y casi único argumento para justificar el odio y la beligerancia hacia el pueblo israelí todavía da réditos a los dirigentes palestinos. Ante tan cínica actitud son pocos los occidentales que se preguntan por qué los palestinos demuestran tanta incapacidad para organizar su gobierno y conseguir que una sola voz les represente a todos. ¿Cómo si no van a negociar con nadie? Un pueblo dividido y enfrentado entre sí tiene casi nulas posibilidades de hacerse respetar en el mundo. Y menos ante su enemigo.


Publicado por torresgalera @ 22:24  | Mundo
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