José Blanco López, Pepiño para los amigos, además de gallego es un maestro consagrado del despiste y el disimulo. Ahora se descuelga con que ya acordó con Rodríguez Zapatero, cuando el presidente del Gobierno decidió no presentarse a la reelección, que él también abandonaría la primera línea de la política. Recordemos que los españoles supimos lo de ZP la pasada primavera. He aquí un ejercicio descarado de cinismo. Esta declaración —realizada en TVE hace unas horas— no casa muy bien con ser cabeza de lista del PSOE en Lugo. El “caso Campeón” no ha tenido, desde luego, nada que ver.
¿Qué se puede esperar de un político, que ocupa nada menos que el número dos del partido que gobierna una nación, y que desde el pasado octubre está metido de hoz y coz en una investigación judicial en la que se le imputan delitos tipificados en el Código Penal? José Blanco, azote de la derecha durante los once años que lleva ejerciendo de vicesecretario general del PSOE, que ha ejercido de moralista político y defensor a ultranza de la pureza democrática, ahora resulta que un oscuro asunto de tráfico de influencias, de trinque de comisiones y de venta de favores le obliga a abandonar la escena política nacional, no ya como protagonista, sino como actor de reparto; de momento su papel quedará reducido a mero figurante. No olvidemos que escudado en su renovada acta de diputado, Blanco se protege al mantener la condición de aforado. Por eso el caso está en el Tribunal Supremo. Más tarde a más temprano, Pepiño terminará sentándose ante un juez.
Una vieja teoría anarquista sostiene que “todo político de izquierda, desde el momento que ocupa un cargo de cierta relevancia, experimenta un desplazamiento hacia la derecha en cuanto a costumbres, gustos, diversiones, preferencias, amistades, vestimenta, formas de lucirse, etc. Este cambio de actitud suele incrementarse de forma directamente proporcional a la importancia y categoría del puesto al que ha sido promocionado”. Este es, sin duda, el caso del actual ministro de Fomento. Nacido en Palas de Rei (Lugo) y de familia humilde, Pepiño estudió el bachillerato en un instituto de la capital lucense. Posteriormente se matricularía en Derecho en la Universidad de Santiago, estudios que abandonó en primer curso con algunas materias pendientes. Desde muy joven el ínclito José Blanco se sintió atraído por la política, a la que se vinculó a través del PSP de Enrique Tierno Galván. En 1978 ingresó en el PSOE.
Pues bien, el espíritu burgués de este prohombre de la izquierda progresista queda de manifiesto a la vista de su patrimonio: posee un magnífico chalé —por cierto, de dudosa legalidad— a orillas del mar, otro no más humilde en Majadahonda, además de dos coches de alta gama y un utilitario, tres personas de servicio, una cuenta corriente bien saneada (según hemos sabido recientemente) y una opción de lujo para la escolarización de los hijos.
En efecto, el matrimonio José Blanco-Ana Mourenza, optaron por el elitista “British Council” de Somosaguas para matricular a sus dos hijos. En dicho colegio, al que acude lo más granado de alta sociedad, la educación de un alumno de once años cuesta cada trimestre 3.873 euros, y 6.545 la pareja. Lógicamente, la educación es bilingüe español-inglés (nada de gallego) y la asignatura de Educación para la Ciudadanía no se imparte; pero, eso sí, los hijos del ministro comparten aulas, recreos, excursiones mesa y mantel con los niños de Eugenia Martínez de Irujo, Mariano Rajoy, Genoveva Casanova, Eduardo Zaplana, Michel Salgado, Álvarez Cascos y un largo etc. de la derecha nacional.
Como queda en evidencia, las contradicciones en el seno del pueblo —que diría Mao Zedong— adquieren en el caso del ministro Blanco unas dimensiones portentosas. Para que luego presuman estos socialistas de salón de conciencia social. Que se lo digan a los millones de parados que malviven, cuando lo tienen, con las prestaciones del desempleo. ¿Qué ha sido de aquel Código de Buenas Costumbres del primer gobierno Zapatero, que tenía vetada cualquier señal de ostentación? ¿Qué significan en nuestros días la “O” de obrero y la “S” de socialista en las siglas del PSOE?
Tan rutilante carrera la ha hecho posible José Blanco sin haber llegado a terminar el primer curso de Derecho. ¿Qué hubiera sido de este habilidoso y ventajista profesional de la política si hubiera terminado la carrera…? Probablemente —es sólo un suponer— el inefable Pepiño sería hoy un funcionario ejemplar. Nos gustaría pensar eso.
Una convicción firme y una voluntad férrea llevaron a Sarah Josepha Hale al éxito de su empeño: que las máximas autoridades de los Estados Unidos de América declarasen definitivamente el día de Acción de Gracias como fiesta nacional. Así pues, tras 36 años de contumaz lucha, la inquebrantable mujer –y celebrada escritora− consiguió que, en 1863, el presidente Lincoln proclamara festividad nacional de Acción de Gracias el último jueves de cada noviembre. Décadas después, en 1941, sería el presidente Roosevelt y el Congreso quienes fijaron oficialmente esta festividad en el cuarto jueves de noviembre.
En todo caso, lo que importa verdaderamente en esta cita es el hecho de cómo Estados Unidos, una nación joven, con poco más de dos siglos de existencia, ha afianzado sus señas de identidad sobre dos fechas simbólicas. La primera, el 4 de julio de 1776, fecha en la que los delegados de las 13 colonias británicas reunidos en Filadelfia (Pensilvania) aprobaron la Declaración de Independencia. La segunda fecha tiene que ver con un hecho anterior y, si se quiere, menos grandioso, pero cargado de emotividad: la ceremonia de acción de gracias que el medio centenar de supervivientes del “Mayflower”, arribado a las costas de Massachussets en noviembre de 1620, celebró al año siguiente después de la recolección y en compañía de buen número de indígenas wampanoag que les habían ayudado durante el penoso invierno.
Sin duda, el Thanksgiving, literalmente “dar las gracias”, es algo más que una ceremonia simbólica, en la cual la mayor parte de las familias estadounidenses se reúnen en torno a una mesa repleta de manjares, donde se reza una oración y se degusta un pavo asado. Se trata de un acto de fe, de una reafirmación del ser ciudadano, una reafirmación de pertenencia a una tierra, a un pasado y a un origen como nación. Es lo mismo en la costa Este que en la costa Oeste, en el Norte que en el Sur, en las llanuras inacabables del Medio-Este que en los desiertos del Sur-Oeste, en la cordillera de los Apalaches que en las Rocosas. Aquel centenar de peregrinos que fundaran la colonia de Plymouth y que unos meses después apenas sobrevivían la mitad, supieron trascender con su plegaria a Dios el futuro de sus descendientes.
Trescientos cincuenta millones de norteamericanos participan hoy del Día de Acción de Gracias. No todos, desde luego, lo hacen de la misma manera ni con el mismo fervor. No olvidemos que Estados Unidos es hoy más nación de aluvión que nunca; y siguen arribando colonos por todas las fronteras, especialmente por la del sur. Los asiáticos, africanos y europeos del Este son los menos asimilados en las viejas tradiciones de los ancestrales peregrinos católicos y calvinistas. Pero todo el mundo respeta el fuero. Un ejemplo para esta vieja España, paradigma de mojigatos y descreídos, de meapilas y pendencieros. Aquí, pensar en una fecha simbólica en la que pudiéramos sentirnos reflejados la mayoría de los españoles no es que sea una utopía, es que es un despropósito.
La Tierra sigue girando sobre sí misma y rotando alrededor del Sol. Nada ha cambiado, sustancialmente, en los últimos tres días. El previsto triunfo electoral del PP no ha producido aún –salvo mucha retórica repleta de obviedades y lugares comunes− un solo hecho positivo digno de ser reseñado. Más bien, al contrario. Los datos económicos del lunes, martes y miércoles ahondan el deterioro económico y, por ende, el deprimido ambiente social. Y lo que te rondaré morena…
En cambio, en la vida política –como era de esperar− los ánimos del personal van por barrios, esto es, de la exultación al abatimiento, según el resultado electoral de cada formación. Y como dice el refrán, “no por mucho madrugar amanece más temprano”, lo que en román paladino viene a decir que el mes no lo recorta nadie antes de que Mariano Rajoy pueda tomar posesión de su cargo de presidente del gobierno de España y, por tanto, estar en condiciones de nombrar a los futuros miembros del Consejo de Ministros. Así que ya lo saben los nuevos legisladores, para otra ocasión que apremie el tiempo, reformen ya, simplifiquen o prevean procedimientos de excepción. Mientras, no nos queda más que esperar que transcurran los pasos del procedimiento legal toda vez que se cumplen implacables los designios de los dioses.
Por tanto, más vale no desesperar, queridos lectores. El mal ya está hecho y correr dentro del agua no sirve más que para gastar energías valiosas. De aquí a Nochebuena hay tiempo más que suficiente para organizar el traspaso de poderes, elegir los futuros ministros y secretarios de estado, y preparar la primera (y hasta la segunda) batería de medidas urgentes que ha de poner en marcha el nuevo ejecutivo de Mariano Rajoy para afrontar la crisis económica y restaurar la confianza de la sociedad y de los mercados. En pocas palabras: medidas que impulsen la actividad económica y el fomento del empleo.
En cuanto a los grandes perdedores del 20-N nada que objetar: se lo han ganado a pulso. ¿Y cuál será el futuro del PSOE? La primera respuesta que me viene a la cabeza es aquella que le dio el capitán Rhett Butler a Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó: “Francamente, querida, me importa un bledo”...