Como escribiera el líder revolucionario Mao Zedong en su Libro Rojo, el gobierno de la República Popular China es víctima de una nueva «contradicción en el seno del pueblo». Es evidente que el número de cristianos crece imparable desde hace años. De nada están sirviendo los controles, amenazas y represiones que las autoridades comunistas llevan imponiendo a los ciudadanos para que no se contagien de ideologías y creencias extranjeras. Pero, bien miradas las cosas y desde una perspectiva exclusivamente moral, para el régimen de Pekín el auge del cristianismo no es el peor de sus males, ya que muchos de los valores del cristianismo coinciden con lo que el Partido Comunista de China considera ser un buen ciudadano, incluidos los valores familiares: los creyentes tienden a ser mejores ciudadanos, son más proclives a pagar impuestos o a evitar la corrupción, y sus organizaciones se preocupan por la asistencia a los más débiles y necesitados (cuidado de ancianos, ayuda a los más pobres, etc), en definitiva, los cristianos alivian las deficiencias sociales allí donde el Estado no llega.
No obstante, para el gobierno de Xi Jinping, hace hincapié en la cultura tradicional china y los valores socialistas, por lo que desconfía de una religión que considera “extranjera”. Desdeñan que los ciudadanos puedan organizarse en torno a una ideología diferente de la propia del régimen, a la vez que tiene muy presente el papel que jugó la Iglesia católica en la caída del comunismo en Europa del Este. Por ello, las autoridades comunistas continúan rechazando de plano cualquier opción de pensamiento libre y divergente. Sin embargo, resulta paradigmática la gran contradicción que ha implantado el Partido Comunista: un sistema político-económico sustentado sobre una sola ideología y dos modelos económicos (liberal-capitalista y social-estatalista). Y es precisamente a través de esta contradicción política y económica por donde se abre paso el cristianismo, introducido por los europeos hace cinco siglos, y que el comunismo ha sido incapaz de erradicar a pesar de poner todo su empeño en ello.
En la actualidad resulta casi imposible cuantificar el número de cristianos en China. Las cifras más optimistas hablan de 100 millones y un aumento anual en torno al 10 por ciento. Según el prestigioso Centro de Investigaciones Pew (Pew Forum on Religion and Public Life – Washington, EE.UU.), en 2010 había 67 millones de cristianos en la China continental, de los que 58 millones eran protestantes y 9 católicos. Lo cierto es que, dada la mezcla de Iglesias “oficiales” y clandestinas, es imposible saber con exactitud el número de cristianos en China. No obstante, según el director del Centro sobre Religión y Sociedad China de Purdue University (Indiana, EE.UU.), Yang Fenggang, si el cálculo actual de cristianos ronda los 100 millones, en un país de 1.360 millones de habitantes, las estimaciones para 2030 serán 247 millones, lo que convertirá a China en el país de mayor población cristiana del mundo, por encima de países como Brasil o Estados Unidos.
El perfil sociológico del cristiano chino actual es el de un joven urbano de clase media, con un nivel educativo cada vez más alto y que se mueve en ambientes sociales cada vez más influyentes. Este perfil contrata con el del cristiano de hace unas décadas, cuyo tipo más característico era el de una mujer de avanzada edad residente en el medio rural.
Para la investigadora Gerda Wielander, de la Universidad de Westminster (Londres, Reino Unido) y autora del libro Valores cristianos en la China comunista, ser cristiano en China «es una opción de estilo de vida, casi una moda, una manera de decir que se es diferente e interesante». Para muchos, el interés por Dios-Cristo comienza desde un punto de vista académico e intelectual. En otros casos, se trata de individuos que buscan una referencia moral, ante la sustitución de la ideología marxista-maoísta por un sistema en el que impera el capitalismo salvaje.
También hay que señalar, que del mismo modo que aumenta el número de conversos —puntualiza la profesora Wielander— se producen muchos abandonos, un fenómeno que a su juicio no se ha investigado lo suficiente. Lo cierto es que perseverar en la fe es un desafío tanto en China como lo es en cualquier país occidental.
Pero lo más relevante del caso de China es que el aumento de creyentes cristianos es una realidad irrefutable, que sobrepasa cualquier desafío del poder político. Prueba de ello es el intento desesperado por controlar este fenómeno religioso, que ha llevado a las autoridades chinas a tutelar un sector de la Iglesia católica poniéndola condiciones indignantes. A pesar de esta burda coacción, la mayoría de los católicos desafían las amenazas y la represión, a costa de sufrir persecución y cárcel, y no aceptan más autoridad que las de sus pastores y el Verbo de Dios.